El triángulo del crecimiento sustentable
Aunque a largo plazo los determinantes del crecimiento son factores tales como la educación y las instituciones, una economía que se encuentre lejos de su potencial por crisis recurrentes, inestabilidad, incertidumbre, distorsión de precios relativos, podría por algunos años crecer a un ritmo sostenido, si es que se reorganiza de modo tal que los incentivos queden correctamente alineados
En Argentina, para lograr ese salto (“catch up”), la agenda necesita resolver tres vértices de un triángulo: estabilidad, con progresos ciertos hacia una inflación de un dígito bajo y precios relativos alineados con el set mundial; sustentabilidad fiscal, alejando riesgos de default, recuperando capacidad de verdaderas políticas anticíclicas, sin dejar de bajar gasto público y eliminar los impuestos más distorsivos; mayor inserción global, activando incentivos para mejoras continuas de productividad, incluyendo la reforma laboral, y dejando atrás los cepos al cambio y al comercio exterior, definiendo reformas de fondo en el funcionamiento del Mercosur, sin que resulten contrapuestas a un acuerdo con la Unión Europea y/o la posibilidad de avanzar en Áreas de Libre Comercio.
La estabilidad es una condición necesaria pero no suficiente para el crecimiento sostenido. Sin sustentabilidad fiscal de largo plazo, los costos de sostener la estabilidad son crecientes, como lo muestra la experiencia de Brasil del presente, con turbulencias financieras desencadenadas por una política fiscal inconsistente, que está haciendo escalar la deuda pública a un ritmo de 3 puntos del PIB cada año desde 2022.
A su vez, la apertura con sesgo exportador es necesaria para crecer, pero no todas las economías en las que el comercio exterior tiene elevada ponderación en el PIB logran buenos resultados. Es el caso de México, un país segmentado en el que conviven enclaves de exportación exitosos con un “resto” de la economía sumergido en la informalidad y la baja productividad. La apertura de la economía, medida por la participación de exportaciones e importaciones sobre el PIB, permite identificar distintas situaciones en la región. Ese ratio es de sólo 23% del PIB para Argentina, de 30% para Brasil y de 70% para México. Sin embargo, pese a esa ventaja en términos de apertura externa, el país azteca no ha logrado condiciones para un sólido entramado productivo interno, con capacidad para la “creación y difusión de tecnología”, que alimente Pymes pujantes.
No todos los emergentes pasan a desarrollados
Décadas atrás, los libros de texto de economía tenían un sesgo optimista sobre el futuro de los emergentes, apoyados en la teoría de la “convergencia”, según la cual, los países más alejados de la frontera tecnológica tenían todas las condiciones para hacer un “catch up”, aprovechando las tecnologías disponibles y probadas en los países desarrollados. Siguiendo el enfoque de la convergencia, era “inevitable” que la tasa de crecimiento de los países en desarrollo fuera, año a año, más elevada que la de los países desarrollados. Así, en el mediano o largo plazo, el PIB per cápita de los emergentes alcanzaría el nivel de los países maduros. Pues bien, América latina ha mostrado que el fenómeno de la “convergencia” está lejos de ser inevitable.
Obsérvese que, en los últimos treinta años, México, Brasil y Argentina, en lugar de crecer año a año por encima de los Estados Unidos, lo hicieron a un ritmo inferior. En relación a los Estados Unidos, la trayectoria de los países de América latina fue divergente, en lugar de convergente, fenómeno agravado por las fuertes fluctuaciones del ciclo económico en la región, contraindicadas para las decisiones de inversión de las empresas y para la capacidad de la población de salir de situaciones de pobreza.
Así, en las tres últimas décadas, mientras Estados Unidos creció a un ritmo acumulativo de 2,5% anual; Brasil lo hizo al 2,3%, México al 1,9% y Argentina tan solo al 1,6% anual.
Desmintiendo la teoría de la convergencia, la historia de las últimas décadas de Brasil, México y Argentina encuentra elementos explicativos en los enfoques de Romer y Lucas, sintetizados en el concepto de “crecimiento endógeno”, enfatizando que, en el largo plazo, el desarrollo depende de incentivos que propicien la creación y la difusión de la tecnología, por lo cual las condiciones de funcionamiento de la economía son más relevantes que el hecho que en su punto de partida se encuentre alejada da los países desarrollados. Los modelos de Romer y Lucas destacan la posibilidad de “rendimientos crecientes” en caso de lograrse una combinación apropiada de factores de la producción. Pero esos rendimientos crecientes no necesariamente derraman de un país a otro, dado que el centro de gravedad se desplaza hacia la importancia del llamado “capital humano”. Por supuesto que la inversión no abandona su rol como factor explicativo del crecimiento, pero se pone el acento en la calidad en la asignación de esos recursos, no en la cantidad.
Bajo los parámetros del crecimiento endógeno y la posibilidad de “rendimientos crecientes”, todos los vértices del triángulo aludido más arriba son claves, no basta que uno o dos estén activados si el tercero no lo está.
La Argentina ha sido “el peor de la clase” en los últimos 30 años, pero en su trayectoria desde 1994 se advierte que la crisis de 2001 (que se podría haber resuelto distinto como muestra la experiencia de Uruguay en 2002) y la estanflación que arrancó con la introducción de los cepos en 2011, son los períodos que cargan con la mayor responsabilidad de esta floja performance, haciendo que, en promedio, el crecimiento acumulativo del país haya sido de apenas el 1,6% anual.
México y Brasil, por su parte, pese a haber logrado estabilidad ambos, y una “apertura exportadora” significativa para el caso del país azteca, no se han logrado diferenciar demasiado, ni lograr una tasa de crecimiento superior a la de Estados Unidos, para “descontar” diferencias en el PIB per cápita. En forma extremadamente simplificada, hay que reparar en los siguientes hechos:
México ha logrado una relación exportaciones/PIB que multiplica los ratios de Brasil y Argentina, y ha sido cuidadoso en su política de gasto público, lo que ha ayudado a la estabilidad de la mano de déficits fiscales acotados. El hito de su historia económica reciente se ubica en 1994, por la puesta en marcha del NAFTA, el tratado de libre comercio con Canadá y Estados Unidos. De la mano de este tipo de acuerdos, es por lejos el de mayor inserción global de los tres países comparados. Sin embargo, su dificultad para crecer a mayor ritmo parece originarse en la falta de incentivos que “propicien la creación y la difusión de la tecnología”, como aconseja Romer. Así, la elevada ponderación de las exportaciones en el PIB convive con una baja integración doméstica de sus actividades productivas, con Pymes en general caracterizadas por su baja productividad. Una prueba de las falencias de su entramado productivo es la elevada informalidad de su mercado laboral, que supera con creces los ratios de Brasil y Argentina, siendo que los socios del Mercosur también están dominados por ese fenómeno.
A su vez, focalizando las comparaciones con Brasil, se tiene que:
El vecino del Mercosur logró la estabilidad a partir del lanzamiento del “Plan Real”, en 1994, pero sin resolver el problema fiscal, con elevado gasto público y recurrentes déficits. El endeudamiento público es elevado y creciente en términos del PIB, con pasivos externos acotados pero una agobiante deuda doméstica, pese a contar con un sistema financiero y mercado de capitales mucho más profundo que el de Argentina. Con esta asimetría en los cimientos, la resultante ha sido una crónica tasa de interés ultra positiva en términos reales, que terminó alimentando un círculo vicioso en el plano fiscal, engordando la carga de la deuda y haciendo de pesada ancla en términos de inversiones y crecimiento.
A diferencia de México, y mucho más parecido a Argentina, la política de inserción externa de Brasil ha sido extremadamente conservadora, lo cual limitó su capacidad de crecer, aunque sus gobiernos se han cuidado de aplicar impuestos y/o restricciones a las exportaciones de materias primas y derivados, una gran diferencia con Argentina. El resultado de esos últimos 30 años en términos de crecimiento hubiera sido peor en Brasil de no haberse aplicado las reformas de 2016 y 2017. Durante la presidencia de Temer se estableció una regla firme a la expansión del gasto público, que permitió la estabilización por unos años del ratio deuda/PIB y la desaceleración de la tasa de inflación en simultáneo con recortes sucesivos de la tasa de interés. Juntos a esas medidas, se realizó una profunda reforma laboral, modernizando sus instituciones, uno de los factores explicativos de la caída tendencial de la tasa de desempleo, hasta el piso histórico del 6,1% que muestran los últimos datos.
Tomando como base el PIB de 2016, se tiene que, desde entonces, Brasil le sacó a Argentina una ventaja de 18,3 puntos porcentuales en ocho años, con un crecimiento anual acumulativo de 1,9%, que contrasta con el guarismo negativo de nuestro país (-0,2%). Por su parte, el empleo privado formal se incrementó en el vecino país al ritmo anual de 1,5%, cuando en Argentina esa variación apenas fue de 0,2%.
Brasil logró diferenciarse de Argentina entre 2016 y 2024 sin haber modificado en 180 grados el funcionamiento de su economía. De hecho, el crecimiento consignado del 1,9% anual (cierto que incluye la pandemia) es un dato positivo, pero no extraordinario. Lo significativo es que, en ese período, y de la mano de exportaciones mineras, energéticas y agroindustriales, el grado de apertura medido por la relación comercio exterior/PIB pasó de 21,7% a casi 30% del PIB en Brasil, mientras ese ratio siguió estancado en Argentina, en torno al 22/23% del PIB.
En lugar de trabajar sobre indicadores macro derivados de cuentas nacionales y el balance de pagos, la experiencia de Brasil de los últimos ocho años resulta más tangible si se enfoca en una serie de variables seleccionadas.
Se destaca, por ejemplo, la asimetría en la trayectoria de las exportaciones de la industria manufacturera versus las de minería, energía, el complejo agropecuario y el celulósico.
– En el caso industrial, las exportaciones de Brasil de aeronaves, vehículos y siderurgia pasaron de 12,2 mil millones de dólares a 13,1 mil millones entre 2016 y el estimado de 2024, un magro incremento de 0,9% anual acumulativo
– En contraste, las ventas al exterior de granos, azúcar y carnes se incrementaron al 9,9% anual acumulativo entre 2016 y 2024, pasando de 52 a 111 mil millones de dólares
– Además, las exportaciones de petróleo aumentaron al 23,4% anual acumulativo, pasando de 11 a 59 mil millones de dólares, y las de la minería un 11,2% anual, de 15,0 a 35 mil millones de dólares
– Las exportaciones de celulosa, por su parte, subieron a un ritmo anual de 7,9%, desde 5,6 mil millones de dólares en 2016 a un estimado de 10,3 mil millones en 2024.
Brasil: Exportaciones de sectores seleccionados
En miles de millones de USD y Var % anual acumulativa
Fuente: Elaboración propia.
¿Por qué se conectan estrategias de crecimiento con mayor inserción global? Hay inversiones que un país no recibe si faltan condiciones para exportar una parte de lo producido, hay avances de productividad que no se logran en un país cerrado al comercio exterior, hay mayor posibilidad de inserción en cadenas globales de valor, hay riesgos que se atemperan si la dinámica de exportaciones hace sostenibles los ratios de deuda externa, al tiempo que eventuales ajustes del sector externo requieren menos devaluación para retomar el equilibrio.
Los casos de Brasil y México, junto con las crudas experiencias de nuestro país en las últimas décadas, arrojan un racimo de lecciones de extrema utilidad para la agenda de Argentina, pero si hubiera que seleccionar tres, éstas serían:
- La estabilidad es una condición necesaria pero no suficiente para el crecimiento sostenido.
- Sin sustentabilidad fiscal de largo plazo, los costos de sostener la estabilidad son crecientes
- La apertura con sesgo exportador de la economía es necesaria para crecer, pero deben darse al mismo tiempo las condiciones para un sólido entramado productivo interno, con capacidad para la “creación y difusión de tecnología”, que alimenta Pymes pujantes, siguiendo las recomendaciones de Lucas y Romer. Son claves en ese sentido la formalización de la economía (reforma laboral) y una presión tributaria moderada, evitando los impuestos más distorsivos ( retenciones, al cheque, Ingresos Brutos, abusos municipales, entre otros)
Ordenando la economía y colocando los incentivos adecuados, Argentina tiene amplio margen para recuperar en términos de crecimiento, aun cuando el forjado de instituciones (políticas de estado) y la mayor inclusión y mejor calidad en el plano educativo vayan a un ritmo más lento. El ajuste fiscal de 2024 podría haber llegado a tiempo para encauzar variables claves, caso del gasto público, que como porcentaje del PIB estaría volviendo a niveles “pre-cepos” (por debajo del 35%), y para hacer converger en un par de años la deuda pública neta a un nivel inferior al 50% del PIB.
No se trata sólo de lograr mayor exportabilidad, ya que también existe margen de recuperación en el mercado interno. Una reforma laboral que facilite la formalización de trabajadores, y la salida del cepo hacia un esquema monetario-cambiario semejante al bimonetarismo de Perú, serían una contribución decisiva en esa dirección. Después de años de ahorros domésticos fagocitados por el insustentable déficit del sector público, ya se comenzó a percibir la saludable reversión de este fenómeno: la cuenta corriente del balance de pagos (INDEC) pasó de un déficit de 2,8 puntos del PIB en 2023 a un superávit estimado en 0,6 puntos para 2024, una menor dependencia del ahorro externo explicada por el ajuste fiscal de 4 puntos del PIB. Bajo estas nuevas condiciones, ahorro e inversión podrían pasar a moverse en tandem, aunque vale reconocer que partiendo de niveles muy insatisfactorios, caso de la tasa de inversión equivalente a 16,5% del PIB, reflejada por las cuentas nacionales del tercer trimestre de 2024.
Jorge Vasconcelos
Coordinador General de Revista Novedades.