La importancia de incluir en la agenda de las reformas estructurales el tránsito hacia un régimen bimonetario como el de Perú y Uruguay
La discusión acerca de si la acumulación de reservas netas, partiendo de un rojo a fin de noviembre de 15,6 mil millones de dólares (metodología FMI) se realizará por vía de superávit de cuenta corriente (lo que demandaría un tipo de cambio mucho más elevado que el actual) o si ocurrirá por entrada de capitales no parece demasiado conducente, dada la estrecha interrelación entre la cuenta capital y la cuenta corriente del balance de pagos y de los dos precios relativos clave para esa dinámica, como son el tipo de cambio y la tasa real de interés. El tema es si, bajo las actuales condiciones, y aun teniendo en cuenta la fuerte mejora de expectativas tras las legislativas, la entrada de capitales en 2026 tendrá suficiente magnitud para financiar el déficit de cuenta corriente y, al mismo tiempo, favorecer una recuperación sostenida de las reservas del Banco Central. Y la referencia a “actuales condiciones” tiene que ver tanto con el régimen monetario-cambiario como con las imperfecciones estructurales de nuestra organización productiva, que sólo se habrán de remover “paso a paso”.
Obvio que la velocidad a la que esto pueda ocurrir tiene que ver con el ritmo al que se incremente la demanda de pesos, pero hay que subrayar que esta variable clave responde, en el corto plazo, a condiciones iniciales relativamente favorables, dado lo desmonetizada que está la economía, pero a mediano y largo plazo depende de la sustentabilidad del programa económico, de su capacidad para empalmar estabilidad con crecimiento y la generación de empleos.
La apuesta de “acumular reservas con entrada de capitales” necesita contemplar que no siempre se consiguen todos los objetivos a la vez. Si, por alguna razón, ese flujo es insuficiente para que la economía crezca a un ritmo de, digamos, 3,5 % anual (lo que implica importaciones expandiéndose a un 10,0 %) en tándem con la recuperación de las reservas netas, entonces reaparecerá el típico “trade off” del ciclo económico. En lugar del escenario optimista, si la falta de reservas complica la macro, entonces aparecerán opciones como subir las tasas de interés para sacrificar crecimiento (de modo de frenar importaciones) y atraer “capital golondrina”. Se trata de opciones que puede “imponer” el mercado, o formar parte de medidas de política destinadas a evitar escenarios aun peores.
Son conjeturas que se derivan del hecho que, a cinco semanas del triunfo electoral del oficialismo en las legislativas, y con el apoyo financiero del Tesoro estadounidense (un swap de 20,0 mil millones de dólares del que se habrían activado 2,5 mil millones), el riesgo país todavía está en el andarivel de los 650 puntos y las compras de reservas no habrían sido mayores a los 300 millones de dólares en el tiempo transcurrido. Se ha reinstalado, por ese motivo, la discusión acerca de lo que “viene primero”, si la baja del riesgo país o la acumulación de reservas, un “huevo o gallina” que no termina de dilucidarse.
No ayuda a resolver el dilema la falta de precisiones sobre la secuencia de las medidas en términos de política cambiaria y monetaria. Existen dos interpretaciones posibles. O se trata de un simple período de transición, para empalmar en el segundo trimestre de 2026 con un programa en el que hayan desaparecido las restricciones al movimiento de capitales de personas jurídicas, con un replanteo acorde de la política monetaria y cambiaria. O existe la intención del gobierno de testear el resultado de los instrumentos actuales en términos de inflación, reservas, expectativas de devaluación, evolución del balance de pagos, y demás, pensando en extender la experiencia por varios trimestres consecutivos.
Si se tratara de una transición acotada, podría justificarse en el hecho que, en el “mientras tanto” se habrá de avanzar en despejar vencimientos de deuda externa y doméstica, que resultan significativos, como se verá más adelante. En ese sentido, es posible que el gobierno esté pensando en lograr que el Congreso apruebe, dentro del Presupuesto 2026, cláusulas que le otorguen mayor flexibilidad para encarar un canje voluntario de deuda, de cara a los vencimientos del próximo año.
En cualquier escenario, parece conveniente acelerar los pasos en la definición del perfil que habrá de tener el régimen monetario-cambiario permanente, luego de este período de transición. Esta es una de las reformas estructurales necesarias, junto con la laboral, la tributaria y la previsional.
Aun cuando la “maqueta” del nuevo esquema no esté terminada, o se considere que todavía, con este nivel de inflación y reservas, las condiciones no han terminado de madurar, podría avalarse legalmente la utilización del dólar para una gama amplia de contratos, por ejemplo.
Contrariamente a lo que se cree, avanzar hacia un régimen bimonetario en términos formales, de ningún modo significa dolarizar la economía.
Como mostró Julio Velarde, presidente del Banco Central de Perú, en el evento organizado esta semana por Fundación Mediterránea-IERAL, en los últimos treinta años el crédito en moneda local (el sol) pasó del equivalente a 5,9 % del PIB en 1996 a 28,5 % del PIB en el presente, siendo que los préstamos en moneda extranjera hicieron el recorrido inverso, del 16,8 % al 8,9 % del PIB.
Perú es el país de mayor ritmo de crecimiento de América Latina en lo que va de este siglo, con una inflación promedio anual que fue inferior al 3,0 % anual y, notablemente, es también el país con menor volatilidad del tipo de cambio real en el período referido. Esto se ha conseguido sin reprimir las oscilaciones del precio del dólar, bajo un régimen de “flotación sucia”, logrando con ese mecanismo y políticas anticíclicas, morigerar el impacto de shocks externos y/o internos (de origen político) sobre el sector real de la economía.
En lo que va del siglo, la cotización del dólar contra el sol peruano en términos nominales registró un pico de 4,15 en 2021 y un piso de 2,55 en 2013, oscilaciones del orden del 25 % hacia arriba y hacia abajo en torno al promedio. Son movimientos que, en lugar de alterar el funcionamiento de la economía, permitieron neutralizar impactos sobre la economía real. En el presente, como mostró Velarde, las exportaciones de Perú alcanzan a 87,0 mil millones de dólares, una cifra semejante a la de la Argentina, pero superior cuando se la mide por habitante: 2536 dólares per cápita en el vecino país, versus 1890 dólares en el nuestro.
¿Adiós a la “dolarización endógena”?
El equipo económico parece haber abandonado la idea de la “dolarización endógena”, que generó un endurecimiento monetario y crediticio innecesario tras el lanzamiento del programa del 11 de abril, y que en parte explica las turbulencias de los mercados financieros de julio en adelante. La resistencia a que el Banco Central compre dólares “dentro” de las cotizaciones definidas por la banda cambiaria tenía un subyacente: no sólo que al no emitirse pesos para ese objetivo se afianzaría el proceso desinflacionario, sino que no había riesgos recesivos porque en reemplazo de los faltantes de pesos aparecerían en circulación los dólares de baja denominación necesarios para que lubricar el funcionamiento de la economía.
Los dólares no aparecieron no sólo por la falta de “seguridad jurídica” vinculada con esa operatoria, sino también porque a 1.200 pesos por dólar, los argentinos intuían que ese precio era más atractivo para ahorrar en dólares, no para gastarlos. Es por esto que en el informe distribuido a principios de noviembre estimábamos que entre enero y octubre la demanda de divisas por parte de personas físicas podría haber alcanzado los 30,0 mil millones de dólares. La magnitud de esta cifra explica por sí misma la importancia que tuvo para encarrilar las expectativas el apoyo financiero del Tesoro estadounidense, siendo que, a su vez, no fue necesario aplicar tantas divisas para lograr un giro de 180 grados en la dinámica del mercado.
Recientemente, las autoridades del Banco Central han subrayado que “el objetivo final es la flotación cambiaria y la competencia de monedas”, aunque el timing estaría dominado por el gradualismo, ya que explícitamente se plantea “no forzar” el proceso de acumulación de reservas.
El tema es que en ese “gradualismo”, la naturaleza del régimen cambiario de transición es muy distinta al esquema que regiría una vez alcanzado el “objetivo final”. Durante la transición, la cercanía de la cotización de mercado al techo de la banda describe una situación en la que la economía funciona “como si” el régimen adoptado fuera el de un tipo de cambio fijo (sólo que deslizándose a un ritmo del 1,0 % mensual), con las virtudes y defectos que conlleva este sistema.
Suponiendo que el actual régimen cambiario “de transición” se extiende por varios trimestres, entonces la cuestión es cómo “cierran” las cuentas externas, de modo tal que en 2026 pueda haber acumulación de reservas, a un ritmo pausado pero sostenido.
¿Qué ocurrió al respecto en 2025?
- Las reservas brutas del Banco Central se incrementaron en unos 12,1 mil millones de dólares,
- pese a una demanda de dólares de personas físicas en el orden de los 30,0 mil millones de dólares y un saldo negativo de 1,5 mil millones en Inversión Extranjera Directa,
- gracias a la compensación generada por los desembolsos del FMI, del orden de los 14,2 mil millones de dólares, a la valorización de 3,0 mil millones del oro incorporado en las reservas, y al hecho que, este año, el superávit del comercio exterior de bienes es 11,5 mil millones de dólares mayor en la medición de caja (BCRA) que en el devengado (INDEC) por la diferencia entre exportaciones e importaciones. Es un fenómeno explicado por el adelantamiento de la liquidación de exportaciones, cifras que para 2026 deberán ser restadas.
¿Qué puede esperarse para 2026?
- Hay que partir de la base que no habrá otro desembolso como el de 2025 por parte del FMI, de los mencionados 14,2 mil millones de dólares,
- Y tener en cuenta que el superávit de balanza comercial en 2026 será similar al devengado de 2025, pero muy inferior en términos de caja (lo que se adelantó de exportaciones en 2025 se resta el año próximo),
- Obsérvese al respecto que la mejoría de las cuentas externas que aporta el sector energético es sostenida, pero a un ritmo más modesto que el que surge de proyecciones oficiales. Entre octubre de 2024 e igual mes de 2025, el saldo del acumulado de doce meses entre exportaciones e importaciones se incrementó en 2,3 mil millones de dólares, llegando a 7,3 mil millones. La tendencia es prometedora, y en 2026 el superávit energético podría acercarse a los 9,0 mil millones de dólares, pero la trayectoria difiere de lo que muestran las presentaciones oficiales, que anotan un saldo de 10,0 mil millones para 2025 y proyectan 13,0 mil millones para 2026
- Por ende, en condiciones normales, habrá déficit de cuenta corriente de caja en 2026, ya que el saldo de la parte de servicios (incluido turismo) y del pago de rentas puede ser negativo en torno a los 20,0 mil millones de dólares
- Así, para acumular reservas y cubrir el déficit de cuenta corriente hay dos supuestos clave que deben cumplirse en 2026: a) voluminosa entrada de capitales privados, tanto por operaciones financieras como por Inversión Extranjera Directa, y b) que la demanda de dólares de las personas físicas se achique al menos a la mitad de lo registrado en 2025
- Preguntas al respecto: a) si, con el régimen cambiario de “transición”, la permanencia del cepo a personas jurídicas no afectará las decisiones de “enterrar capital” en la Argentina y b) si la demanda de pesos será una línea recta ascendente a lo largo de todo el año próximo, teniendo en cuenta que los determinantes de la demanda de dinero son distintos según se considere el corto y el largo plazo.
En el segundo semestre de 2024, con el tipo de cambio deslizándose en forma preanunciada al 2,0 % mensual se pudo lograr expansión del crédito y un ritmo significativo de compras netas del BCRA en el mercado de cambios, favorecido en ese momento por el blanqueo de capitales. Pero la duración de esta bonanza fue acotada, el deterioro de las expectativas llevó a una nueva negociación con el FMI y a la introducción del esquema de bandas. A su vez, por la forma en que se implementó el programa del 11 de abril, éste derivó en un ciclo de endurecimiento de las condiciones monetarias y crediticias que afectó rápidamente el nivel de actividad del segundo trimestre.
Aun cuando en el presente las expectativas luzcan bien coordinadas para un repunte del nivel de actividad, no debe olvidarse que esto ocurre bajo un régimen monetario-cambiario transitorio, con restricciones para las personas jurídicas, con límites para la flotación del tipo de cambio y un régimen monetario en el que mandan los agregados, no la tasa de interés (como sí ocurre en los países que adoptaron el esquema de metas de inflación). La colocación de deuda corporativa en el mercado está alcanzando un pico similar al del cuarto trimestre de 2024, y esto tiene efectos positivos sobre la liquidez en dólares y el nivel de actividad, pero, nuevamente, no es sencillo extrapolar esta dinámica a todo el 2026.
Los vencimientos de deuda condicionan la marcha de la macro, aun cuando ya estén incorporados en el escenario eventuales rescates “a la Bessent” en caso de imprevistos. En el caso de los compromisos externos, no está en duda su cumplimiento, sino el tipo de opciones para resolverlos, ya que un préstamo sindicado de bancos internacionales por 5,0 mil millones de dólares sería una señal demasiado cortoplacista. La Argentina necesita cumplir esos compromisos extendiendo al mismo tiempo el horizonte, como forma de lograr bajas adicionales de riesgo país.
De igual modo, la permanencia de restricciones cambiarias a personas jurídicas puede ser explicada como una forma del gobierno de asegurarse “demanda cautiva” de títulos públicos en pesos en cada licitación, siendo que los vencimientos siguen siendo significativos. Entre diciembre y marzo será necesario lograr el “rollover” de deuda doméstica en manos de tenedores privados a un ritmo de casi 13,0 billones de pesos mensuales, un acumulado que en cuatro meses equivale a 6,0 % del PIB.
El tema es que hacer “sustentable” el roll over de la deuda doméstica en base a mantener el cepo a personas jurídicas (para “cazar en el zoológico” los pesos correspondientes), en un contexto de política monetaria basada en agregados, alimenta la volatilidad de las tasas de interés, como se observa en el rendimiento de los bonos indexados. La Argentina necesita incrementar el ahorro doméstico para financiar el incremento de la inversión, y esos objetivos no podrán cumplirse con tasas de interés tan volátiles y, además, todo indica que la persistencia del cepo a personas jurídicas tiende a desalentar una serie de proyectos de inversión, por aquello de la “piedra en la puerta giratoria”.
Estos conflictos entre objetivos deseables podrían ser neutralizados pasando a una “etapa superior” del régimen monetario cambiario, análogo al que funciona en Perú y Uruguay.
En ese sentido, la transición actual no debería extenderse demasiado cuando a la ecuación se incorpora el factor empleo. Las reformas estructurales (laboral, impositiva) aunque sean las más apropiadas, inevitablemente tendrán efectos positivos con rezago (sobre todo en un país sin coordinación entre poderes –ejecutivo y judicial- ni jurisdicciones –nación, provincias, municipios-).
Por ende, no son sustitutos de un régimen cambiario-monetario permanente, en el que se hayan eliminado los cepos a personas jurídicas y en el que, los eventuales shocks externos impacten sobre el tipo de cambio y no sobre las tasas de interés y el nivel de actividad.
Más allá de estos debates, que hacen más bien a la “sintonía fina”, lo cierto es que la economía argentina se encamina a registrar dos años consecutivos de crecimiento, con un 2026 que apunta a una variación de 3,5 % del PIB y una inflación en torno al 20 %.
La dinámica de las exportaciones, por su parte, es positiva (medición INDEC, devengadas), ya que este año están creciendo un 8 % respecto de 2024 y en 2026 podrían hacerlo un 6,0 % adicional. Esto es relevante, porque en un escenario de “destrucción creativa” como el que conlleva el crecimiento de largo plazo, para ampliar el horizonte de los agentes económicos hace falta constatar que existe “creación”, a la par de la “destrucción”, aunque los sectores que emergen tengan inicialmente menor efecto multiplicador sobre el empleo.
De allí la importancia de lograr una macro sustentable que lleve las tasas de interés reales a un dígito y con la menor volatilidad posible, de modo de facilitar el paso de la estabilización al crecimiento (ampliando el número de sectores dinámicos), un empalme en el que los avances de competitividad y la expansión del crédito al sector privado no pueden estar ausentes.
Como se subrayó en el informe de principios de noviembre, el corazón del anclaje fiscal, basado en un recorte sustantivo del gasto primario medido en dólares, fue la mejor forma de avanzar hacia equilibrios simultáneos en el plano interno y el externo.
La trayectoria sectorial del PIB sigue siendo muy heterogénea
Sostener equilibrios en lo interno y en lo externo es una tarea en la que la política económica no puede relajarse. Ni del lado de la macro (por las razones que se expusieron por separado) ni del de la “micro”, más en un país federal repleto de malos incentivos que configuran el sesgo antiexportador que sobrellevan todas las actividades productivas y, en espejo, sesgo pro-importaciones, porque los productos que vienen del exterior, en general, no han sido inoculados con variantes exóticas como Ingresos Brutos, Sellos, tasas municipales, impuesto al cheque y demás.
Es por esto que, si bien los últimos datos de nivel de actividad difundidos por el INDEC mostraron para el tercer trimestre guarismos menos preocupantes que los que se presumían, el desagregado de los datos confirma que, para sectores relevantes en términos del PIB y del empleo, la recuperación del segundo semestre de 2024 se interrumpió o se debilitó, siendo que, además, para el trienio 2022/25, la merma de actividad sigue siendo significativa.
Obsérvese que el sector industrial, a setiembre de 2025, registra variación negativa (- 1,0%) respecto de igual mes de 2024, mientras construcción y comercio ensayaron un principio de recuperación, pero todavía se encuentran 11,5 % y 5,3 % por debajo de setiembre 2022. Los datos de 2025 están siendo sostenidos por la sólida trayectoria de minería e hidrocarburos, que se ha expandido un 26,5 % en el trienio, y por datos puntuales vinculados a pesca e intermediación financiera. En este último caso más por cuestiones metodológicas, ya que el incremento de valor agregado del sector, de 39,7 % interanual en setiembre, no se corresponde con la variación del crédito en términos reales del período.
El dato positivo está en el hecho que el crecimiento de minería e hidrocarburos no sólo se mantiene sólido, sino que en algunos aspectos podría acentuarse, particularmente desde 2027, por el grado de avance en infraestructura, resolviendo cuellos de botella que trababan nuevas inversiones.
En cierto modo, los incrementos de producción de gas se vieron limitados por ese factor, ya que en el trienio 2022/25 la expansión del sector fue de 11,3 % acumulativo, que contrasta con el 31,5 % de aumento registrado en extracción de petróleo en igual período. Pues bien, en las presentaciones de YPF (con datos estimados por todas las empresas), se proyecta hacia 2030 que la oferta de gas esté multiplicando por 2,5 los volúmenes registrados en el promedio 2007/23, fenómeno factible en la medida en que la mitad de las producción tenga salida exportadora por distintos medios.
El giro copernicano del sector hidrocarburos permite subrayar la tremenda importancia que tienen las señales de precios para la asignación más eficiente de los recursos productivos. En poco tiempo, se logró salir del circulo vicioso de la represión de precios que hacía inviable las inversiones, a un círculo virtuoso por el cual el recorte de subsidios otorgó mayor seguridad a las empresas, lográndose el “milagro” de un impacto muy positivo sobre la producción energética asociado a medidas que bajaron el gasto público!!
El análisis continúa en El mundo empezó a cambiar en 2025 de la mano de la geopolítica, sin reversión a la vista

Jorge Vasconcelos
Coordinador General de Revista Novedades.


