Productividad: el otro frente de la competitividad

Uno de los grandes desafíos que enfrenta la economía argentina luego de estabilizar la macroeconómica es recuperar su competitividad. En este terreno, la productividad laboral ocupa un lugar muy importante. Si bien muchas veces queda en segundo plano frente a debates como el tipo de cambio, los costos laborales o la presión impositiva, la productividad es, en última instancia, lo que determina si un país puede crecer de manera sostenida, crear empleo de calidad y mejorar los ingresos reales.
La productividad laboral puede medirse, de manera agregada, como el Producto Interno Bruto dividido por la cantidad de personas ocupadas. Este indicador permite observar cuánto valor agregado genera, en promedio, cada trabajador de una economía. Si bien no captura todos los matices (como la calidad del empleo o la composición sectorial), brinda una radiografía útil sobre la eficiencia del aparato productivo.
Según datos del Banco Mundial, entre 2011 y 2023, la productividad por ocupado en Argentina cayó un 12%, una tendencia que se agudizó a partir de 2018. Esta caída se dio en un contexto de estancamiento del empleo registrado privado, aumento de la informalidad y menor inversión en capital físico y humano.
Mientras tanto, otros países siguieron trayectorias con avances en productividad laboral. En Asia, Singapur y Corea del Sur lograron aumentos del 25% y 17%, respectivamente, impulsados por estrategias orientadas a la apertura comercial, la inversión en tecnología y la formación de capital humano. Incluso en América Latina, donde los desafíos son similares a los de Argentina, los resultados fueron más favorables. Chile, por ejemplo, registró una mejora del 11% en el período, mientras que Brasil, aunque con altibajos, finalizó 2023 con un nivel de productividad por encima del argentino.
Estados Unidos y Alemania, a pesar de tener mercados laborales más maduros y niveles de ingreso más elevados, donde las mejoras suelen ser más lentas, lograron incrementos sostenidos en productividad laboral. Estados Unidos creció un 16%, y en Alemania un 4%. Estos datos muestran que, aún en contextos donde las ganancias marginales son más difíciles, es posible avanzar si existen políticas que premian la eficiencia y la innovación.
Este rezago no es nuevo, pero se vuelve más visible en un momento en el que el país necesita ampliar sus exportaciones, atraer inversiones y generar empleo formal. La baja productividad no solo limita la competitividad externa, sino que también restringe la capacidad del Estado para sostener políticas públicas, dado que la base impositiva no puede expandirse sin afectar aún más a una economía que ya opera con altos niveles de informalidad y presión fiscal.
Comprender las causas de por qué la productividad no despega, es fundamental para revertir la tendencia. Estas divergencias obedecen a múltiples dimensiones. Por un lado, el estancamiento del capital por trabajador, donde la inversión privada es insuficiente para renovar el parque productivo, incorporar tecnologías o mejorar procesos. Esto no solo se debe a la incertidumbre macroeconómica, sino también a la falta de crédito, los altos costos logísticos, y las dificultades regulatorias que enfrentan las empresas, especialmente las PyMEs.
Por otra parte, existe una profunda brecha de productividad entre sectores y regiones. Algunos sectores dinámicos, como la economía del conocimiento o el sector energético, muestran niveles de productividad comparables a los de países desarrollados. Sin embargo, estos conviven con sectores de baja productividad, muchos de ellos vinculados al trabajo informal, que emplean a una gran parte de la población. Esta heterogeneidad no solo impide que las ganancias de productividad se difundan hacia el conjunto de la economía, sino que también alimenta la desigualdad territorial y social.
Este fenómeno también tiene una dimensión educativa y de capital humano. La formación básica de la población evidencia un deterioro persistente, reflejado en los recientes resultados de la prueba Aprender 2024, difundidos por la Secretaría de Educación del Ministerio de Capital Humano. El desempeño en Matemática muestra que el 55% de los estudiantes de secundaria se encuentra por debajo del nivel básico y solo el 14% alcanza niveles satisfactorios. Estos resultados evidencian un retroceso generalizado en los aprendizajes fundamentales, además de una fuerte segmentación por nivel socioeconómico, con brechas educativas que tienden a ampliarse. Estas deficiencias en los aprendizajes básicos se trasladan luego a la formación técnica y profesional, que no ha logrado acompañar el ritmo de transformación de un mercado laboral cada vez más globalizado y digitalizado. A esto se suman las rigideces normativas y pocos incentivos para actualizar y reorganizar perfiles laborales, lo que limita la capacitación continua y la capacidad de las empresas para adaptarse, innovar y sostener procesos de mejora en el tiempo.
En este contexto, es necesario pensar la competitividad en el marco de una agenda de desarrollo productivo que ponga el foco en elevar la productividad a través de mejoras en la infraestructura, facilitar la inversión, reducir las cargas burocráticas, fortalecer los sistemas de capacitación y formación laboral, e impulsar la innovación tecnológica. Estos elementos deben articularse con una macroeconomía estable, pero también con políticas activas que reduzcan la informalidad y promuevan la convergencia regional.

Laura Caullo
Investigadora responsable Área de Empleo y Política Social