¿Vuelven los cantos de sirena de la dolarización?

¿Vuelven los cantos de sirena de la dolarización?
Un tema que volvió a escena en medio de la inestabilidad financiera y el potencial apoyo de USA fue la cuestión de la dolarización de la economía argentina. ¿Es conveniente dolarizar la economía argentina? ¿Es útil para bajar la inflación? ¿Soluciona los problemas estructurales de la economía? ¿Cuáles son sus ventajas y desventajas? Sin pretender agotar el tema, para poder responder tomaremos de referencia un trabajo al respecto elaborado por Gustavo Reyes, economista de IERAL Mendoza.
La dolarización genera voces a favor y voces en contra, según se ponga más énfasis en los beneficios (adeptos) o en sus costos (detractores). Sin embargo, dado que Argentina no cumple ninguna de las condiciones establecidas en la literatura de áreas monetarias óptimas (AMO) no pareciera ser buena idea mantener una moneda en común con USA.
Veamos un poco más en detalle los criterios que esta teoría establece que deben cumplir dos economías para que una moneda única funcione correctamente:
- Economías con ciclos económicos sincronizados: implica que tanto las expansiones como las recesiones de ambas economías se produzcan en forma simultánea. Para los últimos 40 años, la tasa de crecimiento económico de USA explica solamente el 10% del crecimiento en Argentina, guarismo que refleja que ambas economías no están fuertemente correlacionadas. Por consiguiente, no se cumple este requisito.
- Mercados laborales integrados: si una economía entra en recesión y la otra continúa en expansión (dado que no están fuertemente correlacionadas), los trabajadores de la economía que se contrae deberían poder emigrar a la economía que está creciendo (mercados laborales integrados). La verdad es que es muy difícil pensar que los trabajadores argentinos durante períodos recesivos puedan emigrar masivamente a USA para encontrar trabajo y compensar el ciclo económico. Claramente, este segundo criterio tampoco se cumple.
- Transferencias intergubernamentales: Aquella economía que está pasando por una etapa recesiva debería ser compensada con fondos del país que atraviesa por un periodo económico expansivo. Ojalá sucediera, pero resulta extremadamente complicado pensar que nuestro país pueda recibir transferencias especiales desde la economía americana para suavizar nuestro ciclo económico.
Entonces, el entusiasmo que genera la dolarización proviene de exacerbar los beneficios de corto plazo, pero sin detenerse a evaluar a fondo los costos que puede generar. Sin duda el gran beneficio de la dolarización es que hace desaparecer casi de inmediato tanto la inflación como las tasas de interés en dicha moneda. Al desaparecer la moneda doméstica, se elimina el componente de las expectativas de depreciación en las tasas de interés y las mismas pasan a tener solamente el componente de la tasa de interés internacional y la prima de riesgo país. Por otro lado, al no haber más pesos, la inflación interna converge rápidamente a niveles similares a los de Estados Unidos.
No obstante, llevar adelante un proceso de dolarización implica tomar otras medidas que también son requisitos “sine qua non” en cualquier programa que pretenda reducir en forma permanente la tasa de inflación, pero con una implementación que debe efectuarse más rápidamente. Algunas ya se han efectuado, principalmente la eliminación de la monetización del déficit fiscal y el reacomodamiento de precios relativos (algo falta con tarifas), pero falta avanzar en las reformas estructurales que todos conocemos: laboral, impositiva, previsional.
Como se dijo más arriba, esta propuesta monetaria tiene algunos problemas que puede generar en el mediano plazo. El primero de ellos, es la pérdida del señoreaje. Estos son los ingresos que genuinamente obtiene el Banco Central cuando la demanda de dinero de un país crece. Bajo dolarización, estos recursos serían obtenidos por la Reserva Federal (USA).
El segundo problema es que el Central no podrá ejercer su rol de prestamista de última instancia ante restricciones de liquidez sistémica en el sistema financiero. La alternativa para suplir esta debilidad sería la contratación de créditos contingentes para este tipo de situaciones, aunque se debe recordar que dicha estrategia no resultó exitosa durante la corrida bancaria de 2001.
El tercer problema viene dado por el hecho de que la economía ya no podrá amortiguar los shocks externos negativos a través de un rápido ajuste en el tipo de cambio real. Al desaparecer el tipo de cambio nominal, porque no hay moneda doméstica, el ajuste del tipo de cambio real se realiza mucho más lentamente, ya que debe producirse necesariamente a través de una deflación de la economía, con consecuencias bastante más negativas para el nivel de empleo.
Otro de los problemas que se puede generar en el mediano plazo es que, ante la escasez de dólares, la economía entre en un proceso deflacionario y se potencien las dinámicas recesivas y de endeudamiento.
En definitiva, como toda política económica, la dolarización tiene sus pros y sus contras. En la medida en que la inflación ha desacelerado desde la llegada de Milei, los beneficios de corto plazo han tendido a reducirse, pero los costos de mediano plazo se mantienen. Además, la dolarización no necesariamente potencia el crecimiento ni evita que el sector público incurra en déficit fiscal, el cual, en caso de existir, indefectiblemente se deberá financiar con deuda.
El análisis completo de cara a las elecciones en Bitácora de viaje al 26-O: a la expectativa de mayores detalles relacionados al apoyo financiero de USA para con Argentina

Maximiliano Gutiérrez
Responsable sección Internacional