Aunque cedan los conflictos, la economía mundial mostrará sus secuelas en el segundo semestre de 2025

En el primer semestre de 2025 parecen haberse concentrado todos los factores posibles de turbulencias y volatilidad, desde la guerra comercial lanzada por el presidente Trump a principios de abril, hasta el conflicto bélico entre Israel e Irán, pasando por la continuidad de la Guerra entre Rusia y Ucrania. Lo paradójico es que, aun cuando estas fuentes de incertidumbre comiencen a ceder, en este segundo semestre se habrán de percibir las secuelas de lo ocurrido en el primero. Así, la desaceleración del PIB a nivel global aparecerá en las estadísticas de julio a diciembre, pero no todos los instrumentos anticíclicos estarán disponibles, porque hasta que la inflación no comience a ceder en los Estados Unidos, la Reserva Federal no habrá de comenzar a bajar las tasas de interés.
Desde el punto de vista cambiario, el debilitamiento del dólar contra el resto de las divisas apunta a tener un parcial efecto compensatorio para casos como el del peso argentino, pero no se trata de un “almuerzo gratis”, ya que el rendimiento de los bonos del Tesoro estadounidense, por encima del 4,0% anual, define un piso inusualmente elevado para la colocación de deuda. De igual modo, para evitar que la inflación se escape, pese al debilitamiento del dólar, el gobierno de Estados Unidos se muestra partidario de estabilizar el precio del barril del petróleo por debajo de los 60 dólares (y tampoco en ese plano hay “pulseada” con el mercado), un nivel que no debería abortar los proyectos vinculados a Vaca Muerta, pero que podría complicar inversiones en áreas maduras.
Las “cicatrices” del primer semestre demorarán en curarse. Tomando el caso de la política arancelaria de Washington, si a partir del 9 de julio comenzaran a cerrarse acuerdos bilaterales con la mayoría de los socios comerciales en el escenario más “benigno”, aun así los productos importados estarán pasando a pagar un impuesto promedio ponderado del orden del 14 al 15 % para entrar en los Estados Unidos, una carga tributaria adicional del orden de los 400 mil millones de dólares/año.
Ese cambio en el funcionamiento del comercio exterior inevitablemente tiene efecto estanflacionario sobre la economía estadounidense, y no es tan sencillo de neutralizar: internamente, se manifiesta como una retracción del lado de la oferta, una curva que se desplaza hacia la izquierda, haciendo que a igual curva de demanda haya menos actividad y más inflación. Es un fenómeno que produce efectos deflacionarios en el resto del mundo, pero en los Estados Unidos no se “cura” con políticas fiscales/monetarias expansivas. La Reserva Federal será prudente y sólo comenzaría a bajar las tasas de interés en caso de que haya señales claras de aumento del desempleo en los Estados Unidos, cuando el resto del mundo está urgido porque esas tasas de referencia bajen de inmediato. Con suerte, la FED podría recortar 25 puntos básicos la tasa de interés, desde el 4,5% actual, a partir de septiembre, pero en la práctica quedará una marcada desaceleración del nivel de actividad.
Una forma de cuantificar la desaceleración del crecimiento es focalizar en el “punta a punta” de cada año, y no en el promedio. En un reciente informe, el Banco JPMorgan (JPM) estimaba que los Estados Unidos estaría pasando de un incremento de 2,5% en el cuarto trimestre de 2024 a un estimado de 1,3% interanual para el cuarto trimestre de este año. Con esa aritmética del “punta a punta”, se ve de forma más nítida la desaceleración del crecimiento: para el caso de China, JPM estima que pasaría del 5,4% al 3,9% interanual entre el cuarto trimestre de 2024 e igual período de 2025, mientras México pasaría de una variación positiva de 0,4% a una negativa de 0,8%.
No se trata sólo de una desaceleración temporal del ritmo de crecimiento. Aunque haya acuerdos bilaterales en materia de aranceles, es inevitable una reconfiguración a escala global de la asignación territorial de ciertas inversiones, con las compañías buscando atemperar los “riesgos geopolíticos”. Esa nueva dinámica recién empieza, y en el “mientras tanto” pueden demorarse proyectos relevantes.
De todos modos, y pese a las turbulencias, los emprendimientos vinculados a Inteligencia Artificial y a los cambios en la matriz energética no parecen haberse alterado, definiendo referencias extremadamente útiles para países como la Argentina, que buscan reinsertarse en la economía global.
El debilitamiento del dólar contra el resto de las divisas es un objetivo explícito del gobierno de Trump, y el mercado no desafía ese propósito. No es mérito de Washington, en realidad, ya que, por la menor certidumbre de las políticas comerciales y fiscales, el dólar está perdiendo parte de su calidad de moneda refugio. Como se observa en el gráfico adjunto, a partir de abril de este año se rompió la relación cíclica entre la suba de tasas de los bonos del Tesoro y el fortalecimiento de la moneda norteamericana contra el resto de las divisas. Los anuncios del 2 de abril han afectado las expectativas, aunque otras vertientes del excepcionalismo norteamericano siguen plenamente vigentes, caso de la investigación y desarrollo de la Tecnología de la Información, ahora en su fase de Inteligencia Artificial, y también en el plano energético.
En el caso en que efectivamente los conflictos y la incertidumbre cedan en este segundo semestre, queda por ver cómo se acomodan algunas variables que marcaron tendencia en el transcurso del primer semestre, caso del precio del oro, que subió un 25,0% desde principios de año. Se trata de una cotización en dólares, por cierto, y por el momento no se aprecian factores que puedan aportar al fortalecimiento de la moneda estadounidense. De hecho, parece haber bastante consenso respecto de la posibilidad de una paridad de 1,20 dólares por euro de aquí a fin de año.

Jorge Vasconcelos
Coordinador General de Revista Novedades.