Sigue la incertidumbre sobre el régimen monetario
Las variables financieras y cambiarias reflejan incertidumbre acerca de cuál habrá ser el punto de llegada de la actual transición, si dolarización, competencia de monedas o un régimen convencional, de metas de inflación y flotación cambiaria. El punto es que esta indefinición inevitablemente está afectando la toma de decisiones de mediano y largo plazo de las empresas.
Es que la coyuntura del 2024 inevitablemente está enmarcada en una economía sumergida en más de una década de estanflación, fenómeno que no casualmente se inicia a fin de 2011, cuando la presidencia de entonces anuncia una serie de restricciones sobre el mercado cambiario y el comercio exterior. Los llamados cepos inauguraron un largo período en el que gobiernos sin apego a la “restricción presupuestaria” pudieron “cazar pesos en el zoológico” para financiar déficits fiscales crecientes, al costo de destruir las señales de precios de la economía, alterando incentivos para las decisiones de consumo, producción e inversión, fenómeno potenciado por la continua desconexión de la economía local del mercado mundial, e incluso del regional, Mercosur incluido. Cepos y estanflación están íntimamente conectados.
Agrava este cuadro el hecho que el único intento de levantamiento de cepos en este largo período, iniciado a fin de 2015, resultó ser una política que no pudo sostenerse, con la reintroducción de restricciones incluso antes que esa gestión completara su mandato. Esa experiencia es muy relevante: no se trata sólo de levantar los cepos, se necesita que, para las expectativas, esa decisión sea irreversible.
Y, en cuanto al empalme entre estabilidad y crecimiento, cabe subrayar que el RIGI puede ser un instrumento apropiado para casos como la minería y los hidrocarburos, pero su alcance es limitado en términos sectoriales y tampoco da respuesta a cuestiones estructurales que operan como lastre para la convergencia del PIB por habitante de la Argentina con el de países desarrollados, en línea con experiencias pos segunda guerra mundial como las de Corea, Australia, Nueva Zelanda, España, Israel, entre otras.
Esas experiencias tienen en común la inserción en el mercado global, como instrumento ordenador de la organización de las respectivas economías nacionales, en contraste con el caso de la Argentina, que ni siquiera está logrando definir cómo pararse en la región. No puede ignorarse, en términos de estrategia de crecimiento, que los resultados del Mercosur son insatisfactorios tanto en la competitividad de la región de cara al resto del mundo, como en la quita de “aduanas interiores” dentro del espacio común, clave para las economías de escala de las empresas instaladas.
Además, entre los países socios, la Argentina es la que aparece más rezagada en el plano de las reformas estructurales, no sólo en comparación con Uruguay y Paraguay. Brasil fue y sigue siendo una economía poco competitiva, con excesivas regulaciones y limitada inserción global, pero desde 2017 ha comenzado a realizar reformas significativas, con creciente impacto en el potencial de crecimiento y en la capacidad de generar empleos privados formales, tanto en el plano laboral como, más recientemente, en la simplificación de su distorsivo régimen tributario (ver recuadro). Se trata de factores relevantes para tener en cuenta en el bosquejo del sendero de empalme de la estabilidad al crecimiento de nuestro país. Aunque en el presente Brasil atraviese tribulaciones derivadas de una política de gasto público que amenaza la sustentabilidad de los ratios de deuda, a los atractivos para la inversión que significan las reformas citadas, se suma en el presente un significativo encarecimiento de los costos en dólares de la Argentina relativos al vecino, por un tipo de cambio bilateral significativamente desalineado respecto al promedio de las últimas décadas (ver al respecto la comparación de salarios industriales de ambos países en la columna respectiva).
Jorge Vasconcelos
Coordinador General de Revista Novedades.